¿YA LE TRAJERON A SU BEBÉ?
Eran las 5:30 de la mañana en algún día de esta pandemia cuando llegó la fecha del desalojo, la espera tocaba su fin. Salimos rumbo al hospital armados con un par de caretas de plástico, tapabocas, guantes y un set de desinfectantes. Sentía que estaba lista con todo y la bola de palpitaciones cardiacas en mi garganta. Pensaba en todo lo que había esperado, pensaba en que por fin iba a suceder.
Él cantó con tono tropical:
–Se va el caimán, se va el caimán–
Reí, voltee por la ventana, estaba muy obscuro todavía.
De camino al hospital, se rompió el silencio con un recuerdo por esa sensación de salir antes del amanecer. Él recordó una madrugada de hace varios años que estábamos en algún trayecto en Italia en nuestra luna de miel, yo le contesté sonriendo intentando dominar mi nerviosismo, traté de seguirle el hilo a su recuerdo pero sólo pensaba:
"¿Qué le digo? ¿Me despido por si acaso?"
Esa mañana se cerraban casi dos años de complejos tiempos extras: El tiempo extra por pandemia, una pequeña cirugía que no solucionó mis criminales mensualidades y los tiempos extra que le tomó a mi mente organizar la bola de pensamientos obsesivos tejidos de los más profundos miedos.
Ni cinco minutos nos duraron las bromas en el trayecto, se nos salieron las emociones en distintas presentaciones antes de llegar al hospital.
Las fases para decidir quitarme la matriz fue un recorrido de estudios, errores y personajes; o al menos, así fue mi historia.
Un día sintiéndome muy responsable como cada año, fui a realizarme mi paquete de estudios ginecológicos. Tan pronto inició el monitor del ultrasonido, vi un círculo blanco que se veía atrapado como en una bolsa. Por mis cuentas amorosas sabía que era imposible que fuese un bebé.
La doctora se tardó en contestarme, me recorría de nuevo con el frío aparato y mencionó:
–¿Qué es eso?, estoy consternada, la imagen no es muy clara–
Pregunté si un cáncer de matriz podría aparecer de un momento a otro y me respondió:
–Uy sí, se van rapidísimo. Son muy agresivos–.
Por la falta de presición y susto que sentí, fue mi pase de salida para correr de ahí.
Me encargaron un estudio de sangre que medía un factor de cáncer que luego me enteré que no era el mejor indicador, buscamos más diagnósticos y en esa espera creo que envejecí durante los siete días más tensos de mi vida. Pensé: "Ya valió madre, cáncer de matriz, no duraré mucho". No llevaba ni dos minutos en otra consulta con un nuevo doctor cuando me tocó sin aparatos -Sí, por raro que se escuche a veces a obscuras y a tientas sale la experiencia- y me confirmó lo que tenía: un molesto, benigno y grande habitante.
El primer paso fue muy conservador: era tan grande y tan agarrado a la matriz que se decidió no moverlo y sólo pasar una noche de hospital donde me hicieron una cirugía de pólipos que también me habían encontrado (no se me fueran a malignizar), la esperanza de esa cirugía era tener mis mensualidades pero sin esos excesivos intereses.
Pues nada, esa cirugía parecía que sólo la hizo reír. La matriz estaba decidida a seguir descargando todo su ser cada mes.
Pasé un recorrido de estudios donde conocí mi matriz en todas sus partes y humores; y es que para verla bien no es suficiente sobarla por arriba de la piel hay que meterle agua.
De pronto estoy ahí: empanzonada, tendida en una camilla más corta que yo, con bata de papel azul y piernas abiertas; veo al techo y noto que mezclaron plafones de luz cálida con luz fría; no combinan, veo de re ojo a una enfermera que toma algo largo que parece como un submarino que hábilmente lo viste con un condón volteando hacia mí, -casi me lo presenta-; pero curiosamente ella no es de las que platican, hoy imagino todas las veces al día que tiene que decir sólo la misma línea:
–A ver, relajadita... listo.
Intento estar relajadita mientras trato de aguantar la vejiga repleta del agua que me hicieron tomar, ella pasa el mando del submarino explorador al sonriente Doctor que realiza ese día el estudio y que arranca con una bonita metáfora del mar. Comienza a explicarme el efecto de una ola cuando revienta a la orilla de la playa y cuando se va, por fin descubre las piedras que están escondidas en la arena.
–Eso te vamos a hacer para ver bien– me dijo.
Seguido de su narración, meten una sonda que infla el útero con una solución salina, el submarino prende su radar y proyecta la historia de mi matriz:
Nos conocimos a detalle. Recuerdo que ese día andaba haciendo gala de sus ovarios llenos que parecían un par de maracas fiesteras y ovulantes, pero navegando más abajo hacia el olvido, había una gran pelota abandonada en "la playa".
De pronto recordé una pesadilla que tuve durante esos meses cuando buscábamos opiniones y diagnósticos:
Una noche soñé un bebé adentro de mí; era el más horrible de este mundo; era tan, pero tan feo, tan real que casi lo podía tocar. Estaba encabronado y gritaba atrapado en una membrana blanca que flotaba entre mis músculos rojos, se movía violentamente; quería escapar pero no podía, me veía fijamente con ojos incendiados de odio y parecía que lloraba de enojo; tenía dientes en forma de triángulo como los de una piraña y mordía abriendo y cerrando la boca como un caimán.
En alguna interpretación psicoanalítica de mi sueño, la terrorífica creaturita era el horror que sentí por la posibilidad de morir.
En descripción médica al sueño, era un gran tumor único, un mioma grande que creció instalándose en un muro de mi matriz, era más grande que yo y más grande que el útero el día que salió.
Decían que mi útero estaba engrandecido, pero no por la "Grandeza" de los metafóricos textos que me llenaron de tiempos extras donde lo llamaban:
"Centro de la tierra, mi poder ancestral, mi fuente de vida, mi energía creativa, mis memorias femeninas, mi verdad del universo, mi enfermedad de la madre".
No, ese era un caimán y yo sólo veía que me iba a morder.
El camino para decidir quién me sacara la matriz y me calmara la enorme cantidad de dudas existenciales de cómo se rellenaría ese hueco con mis demás órganos, fue de la risa al llanto.
Extrañamente en un mundo de úteros, me di cuenta que el dominio lo tienen los hombres, repito: esta es mi historia y mi experiencia.
Un día hice una cita para una tercera opinión. Según nuestros cálculos tres opiniones parecían adecuadas antes de decidir sacarte un órgano del cuerpo, ya me había sacado otras cosas pero esta parecía mayor.
Llegamos a un lugar muy bonito, blanco como el algodón, olía como a perfume, había cristales y plantas impecables. Yo ya conocía de frente a mi monstruito, ya había recorrido un año de camino y sólo estaba buscando cirujano y técnica para hacerme la histectomía.
Rectifiqué antes lo que costaba la consulta porque suelo ser de las que pregunto desde el clima hasta el método de pago, pero creo que ese día me tomaron hasta las medidas del pie.
Me pasaron como en dulcería: fui de una cómoda silla a otra, me preguntaron si venía preparada, yo dudé y dije:
–¿Para qué?, sólo hice una cita para asesoría–.
Me respondieron:
–¿No te dijeron?, Ah, no te preocupes, aquí ahorita lo solucionamos y vemos a detalle cómo está tu matriz, ¿Tienes tiempo? tú confía, te vas a sentir muy bien–.
Me ofrecieron un té de frutas tropicales mientras no paramos de reír llenando el perfil de paciente, ya no sabía si quería hacer pipí por el agua o por la amena plática; yo explicaba mis dudas, mostraba mis estudios y me decían:
–Tú no te preocupes, ahorita vamos a ver todo a detalle–.
Hicieron una amabilísima y amena introducción rodeada de equipos que fueron haciendo un recorrido por otras partes de mi cuerpo: mi páncreas, la dimensión de mis riñones, mi saturación y oxigenación; pasaron los latidos de mi corazón por bocinas de alto nivel como de cine y vieron de todas las formas posibles a mi matriz. Yo llevaba todas las referencias e imágenes recientes, se las mostré de nuevo pero era como si no existieran, el futuro eran las que estaban tomando.
Escuché cómo le aseguraron a mi esposo: "Otra esposa nueva después de la cirugía", "Estas cirugías son un éxito", "Debes de confiar en mí, eso es importante" "Esto no lo vas a encontrar en ningún lado".
De pronto se volvió como una venta de tiempos compartidos de esas que ya les aceptaste el desayuno gratis y empujan a que digas sí. Nos llenamos de una lista de tecnología y beneficios hacia una "nueva yo", -mientras tanto no te das cuenta que te van pasando por aparatos y estudios que no pediste- recuerdo que me dijeron:
–¿Cómo ves? ¿Cómo te sentiste? ¿Qué seguro tienes? ¿Cuándo te quieres operar? Porque de una vez aquí mismo llenamos el informe para ir ganándo tiempo, no nos tardamos nada, tú ponle esto a la aseguradora y "esto" también pasa sin problema–.
Me entregaron el "esto": dibujos de los sonidos de mi corazón, fotos de mis órganos y encerrado en un círculo mi útero con mi caimancito.
Al momento de pagar en la recepción entendí lo que era "esto", yo agendé una cita común con un precio y salí con más del doble en la cuenta.
Recordé un restaurante de ese viaje por Italia en la luna de miel, leímos la carta por el limpio cristal de un lugar común y prácticamente inofensivo, vimos los precios y parecía todo bien, sin truco. Nos sentamos en la romántica mesa, cenamos una lasaña igual a cualquiera y al pedir la cuenta, nos cobraron un costo por derecho de cubierto más el pan de la canasta que no pedimos pero que pusieron frente a nosotros mientras nos ponían la servilleta en las piernas: Benvenuto!
Tan sólo unos minutos después reaccionamos a la venta en vivo de estudios que hacen pasar como mantequilla y al proceso de "cierre de ventas", nos reímos, nunca pensé encontrar una buena estrategia de marketing hasta para quitar una matriz.
Todos los que entraron a mi útero eran buenos y experimentados, pero buscar también como acostumbro buscar, me llevó a varios errores, antes de ellos, recordé algo:
Entre el uno y el tres busqué una Doctora que no hacía el procedimiento que yo quería pero necesitaba añadir una mujer a mi investigación, alguien con matriz y que pudiera ponerse un poco en mi lugar en mis preguntas como:
"¿Quedaré como una cueva sin fondo?"
"¿Y si se cierra y ya no entra nada?"
"¿Qué voy a sentir si estoy cosida por dentro?"
"¿De dónde se van a agarrar los ovarios?" "¿No se me caen?"
"¿Me voy a envejecer?"
"¿Y si ya no siento nada?"
Entonces pasé por el máximo error de la vida y que le puso más tiempos extras a esta historia: Google. Sabía que entrar cada noche a la pantalla estaba mal, pero no lo pude evitar.
Poner en el buscador:
"¿Qué pasa después de quitarte la matriz?" o "Consecuencias de quitarte la matriz" o "Sexo después de una histerectomía" puede ser caótico y devastador, tampoco hay que ver las fotos y los videos donde cortan todo, es un pase directo y derechito a terapia... pero de choque y con mangueraso de agua fría.
Una noche que no podía dormir dí con un artículo muy extraño, era como un combo de psicología-feminismo-sanación y constelaciones. Recuerdo que decía -casi afirmaba- que los problemas que yo tenía en mi útero estaban vinculados a todas las memorias de las mujeres de mi linaje ancestral, las que no sanaron su feminidad, sus deseos reprimidos y me fueron pasando toda su carga.
Me intrigó, cada línea de texto que recorría le asociaba un poder místico a mi sexualidad y todas las mujeres de donde vengo; (Y yo, egoísta-mal agradecida-, decidí que me la iba a quitar). Leía que mi único camino era sanar el linaje femenino para que se abriera un canal de energía hacia no se dónde, pero el único camino que yo conocía por cinco días al mes era la escena de un crimen, de los feos.
Empecé a recordar a las mujeres que escuché en mi vida diciéndome que los que no tenían hijos era por egoísmo, que era el máximo regalo de la vida, que nunca conocerían el verdadero amor, tu cuerpo como templo, el fin único del matrimonio y otras cosas; más de una me vió como con lástima cuando empecé hace años a cuestionármelo todo, me veían como si me faltara algo, rezaban con los ojos para que Dios me sanara mi duro corazón.
Siempre quise explicar que a lo mejor había otras formas pero casi siempre me ganaban las madres, sus madres y las madres de esas madres... contra eso, ni cómo.
Fue muy extraño, porque a pesar que maduré de todas esas creencias infantiles muchos años atrás, esa noche por el mal tino de meterme por los ojos tantos úteros divinos, se despertó un poco de ese ruido viejo: los moralismos y las culpas se quisieron salir; fue muy breve pero me hizo sentir como si yo me hubiera provocado ese tumor.
Mi esposo y yo teníamos varios años decidiendo si queríamos o no tener hijos, nos desgastó tanto el tema que un día decidimos darnos seis meses para volver a hablarlo y decidimos hacerlo en un viaje en Tulum.
No recuerdo cómo empezó la plática, reconstruimos los momentos de la relación donde sí hubo un tiempo que lo quisimos, luego yo no, luego él sí; después dudé, él se lo cuestionó bien y hasta que por fin yo también analicé de fondo la decisión.
Yo pensaba el alivio que sentiría cuando él dijera: "La verdad ya tampoco se me antoja", pensé que sería como una fiesta escucharlo pero fue más extraño.
Estábamos tomando el sol y de pronto él mencionó que lo único que le pesaba un poco era qué hacer con las fotos, claramente no se refería a las fotos impresas, me explicó esa sensación de fin de la historia. En un extraño silencio sentimos cómo algo -que nunca tuvimos- se acababa ahí, con nosotros. Nadie sabría cómo nos conocimos, qué hicimos, quiénes fuimos, cómo nos enamoramos, a nadie le contaríamos nuestra historia.
Cuando terminé de escucharlo sentí una opresión rara en el pecho, un punto muerto. Con la decisión entre los dos tomada caminé por la playa en silencio, recuerdo que la arena era tan blanca que me encandilaba y no me dejaba ver hacia adelante; en tan sólo minutos pasé por todas las fases de un duelo de los hijos que no tuve; vi las escenas que mi mente algún día había imaginado haciendo una historia distinta a la mía donde estoy platicando y escuchando a una pequeña niña con toda mi atención. La nostalgia me invadió el pecho profundamente; vi mi realidad y encontré que el deseo ya no estaba ahí.
Muy en el fondo sabía que no eran los hijos que no conocí, era la renuncia a la idea de la familia que nunca pude vivir, era yo y la angustia de mi existencia.
Casi toqué de memoria nuestras fotos, casi toqué su sombra.
Después de disfrutar y estar en paz con nuestra decisión, mi tumor apareció un año y medio después.
Mi útero no me entendió y parecía que le hubiera enojado mi corte de caja, la matriz no entendió que de algunas mujeres sí soy parte, de las que conocí y hasta las que no, pero no con todas me llevo.
Me volteó a ver juiciosa y salía enojadísima cada mes, me veía como si trajera yo el "chamuco" adentro, no comprendía porque siendo tan buena, abnegada, venerada, divina y perfecta yo la solté.
A veces imagino que no sólo me saqué la matriz, me saqué también las historias que me debilitaron para no dejar que me devoraran más. Me tardé.
Después que dejé de leer todo lo fatal que me podría pasar físicamente y los combos de textos divinos de los úteros y sus frustraciones, di con mis propias respuestas:
No sentí que perdía nada, al revés, me liberaba.
No era el tumor el que me sacaba, me sacaba el miedo a morir.
Entendí que había que justificar la vida de alguna manera, todos lo hacemos, justo ahora lo hago en estas palabras, son mi estilo para decir: estoy viva y me gusta.
Nos pegamos a lo que nos da calma -aunque sea momentánea para evitar la angustia del mañana- hacemos simbólicas las cosas porque así no lo enseñan; recordé cómo me educaron para ser suficientemente buena y sacrificada para todo, con mi matriz me atoré, me asusté, sentía la muerte encima. Entendí que aunque infancia no es destino -como por ahí leí- sí te puede hacer llegar bien cansada a algunos destinos, ¿Lo bueno? descubrí que el mundo está lleno de otros.
Lo difícil no es quitarte la matriz, el cuerpo sana rapidísimo. Lo difícil es querer ver la realidad aunque te duela y empezar a hacer algo con ella.
Escribiendo en distintos días este texto, escuché una letra de Cerati y la recordé:
"No es soberbia, es amor, poder decir adiós, es crecer"
Y creces.
***
Moví mi cirugía dos veces. Había llegado la Pandemia justo cuando mi esposo tuvo un accidente que terminó en cirugía y el Covid nos tenía prisioneros.
El momento lo encontramos en verano.
El ingreso al hospital se me hizo eterno, tomé de memoria la pluma y la silla que tocaba, firmaba y volvía a firmar. Firmas autorizando para las cosas que podrían o no pasar.
Una matriz es una matriz en cualquier parte del mundo es un órgano y ya, pero esa era la mía y estaba asustada; quería decirle algo a mi esposo que la había cargado conmigo todo este tiempo pero no sabía por dónde empezar.
De pronto nos brotó la angustia y el desgaste, él quizo explicar su tensión y pocas palabras. Me aguanté lo que pude a no llorar porque sabía que no me podía secar las lágrimas, ya había tocado muchas cosas y no podía tocarme la cara. Al final me salieron dos largas lágrimas como gruesos hilos que se absorbieron en el tapabocas. Le dije que había planeado qué decirle pero que ya lo había olvidado, le di las gracias por acompañarme en esto, que si me pasaba algo y yo no alcancé a decirle nada bien... me dijo:
–Entre nosotros todo está dicho Lucy–
Nos apretamos las manos con los guantes de plástico, me dieron una bata y tuve que apurarme, el quirófano me estaba llamando. Él me dibujó en un dedo de la mano un recado y me acompañó por todo el pasillo con muletas, tenía poco de operado y hoy no sé cómo siguió mi camilla tan rápido.
Cuando entré a la sala de la cirugía y vi tanta gente no tuve oportunidad de pensar en la Pandemia, me quitaron el tapabocas y de pronto todo mundo ya me estaba tocando; luego de recibir todos los piquetes que pude contar levanté mi dedo para ver el recado de mi esposo y me dormí.
Con la gran ironía de la vida nos dieron un cuarto justo en el piso de maternidad, Alonso y yo nos detuvimos a ver los cuneros el día que llegamos, junto a cada bebé envueltito en rosa o azul había un paquete de toallitas de bebé. Había una niña que se llevaba enojada a la cara su manita haciendo puñito, concluimos que tal vez no le había gustado la marca de sus toallitas húmedas; a otro que no paraba de llorar, pensamos que estaba enojado porque no le habían gustado sus papás. Al día siguiente eran un montón de bebés nacidos en plena pandemia y también al día siguiente de desalojar a mi matriz, entró de prisa una enfermera al cuarto y me preguntó:
–¿Ya le trajeron a su bebé?–
Reímos imaginando que nos traían al caimán envueltito.
Me liberé.